Martín llegó al piragüismo tarde y por casualidad, procedente del atletismo y motivado por sus hijos. “Empecé ya de sénior, competí en alguna prueba nacional de mar, y cuando surgió una vacante en el club, decidí hacerme entrenador… y hasta hoy”, recuerda.
Su irrupción como técnico coincidió con la de Sete Benavides, al que él mismo considera su primer gran hallazgo. “Con la entrada de Sete y sus éxitos vimos un filón. Todos querían ser Sete, y eso fue una explosión para el club. Dejó de ser un deporte tan minoritario y apostamos decididamente por la pista y por la canoa”, explica. Aquel fenómeno, bautizado como el ‘efecto Sete’, transformó el piragüismo balear y convirtió al pequeño club de Pollença en una referencia mundial.
El secreto, dice Kiko, es sencillo: “Trabajo y no tener reloj. Trabajar, trabajar y trabajar. No es solo organizar entrenos: hay que estar con ellos en todo, ayudarles cuando están enfermos, apoyarlos en los estudios, sacarles de entornos poco favorables. Un entrenador tiene que acompañar en todo momento; ellos deben sentir que están arropados y guiados hacia el éxito”.
Bajo su dirección, el lago Esperanza (la pista de entrenamiento natural del club en Alcudia) se ha convertido también en un laboratorio de campeones. “Es una pista dura, salada y poco profunda. Eso nos da resistencia y velocidad. Entrenar ahí forja a los palistas”, explica.