El Premio Timón de Piragüismo de Gaceta Náutica recayó este año en Kiko Martín, entrenador de canoa del Reial Club Nàutic Port de Pollença y técnico de la selección nacional de la Real Federación Española de Piragüismo. El jurado reconoció, por primera vez en los diez años de historia de los galardones, el trabajo de un entrenador, después de que algunos de sus pupilos (Sete Benavides, Joan Toni Moreno, Maria Àngels Moreno o Toni Segura) hayan recibido el mismo reconocimiento en años anteriores.
Pregunta.– Llegaste al piragüismo procedente del atletismo y a raíz de que tus hijos empezaron a practicarlo. Hoy eres seleccionador nacional. ¿Cómo fue ese camino y qué te hizo quedarte definitivamente en este deporte?
Respuesta.– Como bien has dicho, me acerqué al piragüismo por mis hijos, que empezaron a practicarlo en el Reial Club Nàutic Port de Pollença. Al acompañarlos, descubrí que el ambiente me gustaba, y eso me llevó a probar, aunque era difícil empezar tan tarde. Llegué a competir incluso en una prueba nacional de aguas abiertas, y ahí fue cuando el “gusanillo” me atrapó. Más adelante surgió una vacante en el club y decidí dar el paso a entrenador. Desde entonces sigo aquí.
P.– ¿No habías entrenado antes?
R.– No, como entrenador empecé en 2004. Yo venía del atletismo, había entrenado mucho en este deporte y competido como palista durante tres o cuatro años, desde que en 2000 se creó la sección deportiva en el club. Ese año llegó la oportunidad de incorporarme como técnico.
P.– ¿Qué cambió exactamente en el club y en el piragüismo balear con la aparición de Sete Benavides?
R.– Fue un cambio radical. Hasta entonces entrenábamos un poco de todo: kayak, canoa, maratón, pista… Con la llegada de Sete y sus resultados vimos una oportunidad enorme. Su primer éxito internacional, cuando fue subcampeón de Europa sénior en una distancia olímpica, lo cambió todo. Decidimos centrarnos únicamente en la pista y orientar la mayoría del trabajo hacia la canoa, porque teníamos un referente muy fuerte y sabíamos que muchos querrían seguir su camino. Aquello generó un efecto contagio en el club: todos querían ser como él, y eso impulsó un crecimiento enorme.
P.– Hubo claramente un antes y un después.
R.– Así es. A ese fenómeno lo llamamos el «efecto Sete». Gracias a él, este deporte se ha podido desarrollar en Baleares hasta convertirse en un referente mundial y olímpico.
P.– A eso iba. En Pollença, por ejemplo, habéis formado a otros medallistas olímpicos y campeones del mundo y de Europa. Ahí están, sin ir más lejos, los hermanos Moreno o Toni Segura. ¿Cómo se explica que un club tan pequeño haya llegado tan alto?
R.– Intervienen muchos factores. Lo primero es el lugar donde entrenamos: una pista salada y exigente, que obliga a trabajar duro. A eso le sumamos una metodología que ya había funcionado con Sete y que aplicamos después a Joan Toni Moreno, Toni Segura y otros deportistas que también han sido campeones del mundo. Lo mismo ocurre con los juniors que logran medallas en distancias olímpicas. La combinación de un entorno duro y un método de entrenamiento muy estricto es la base del modelo que seguimos desarrollando.
P.– Vale, pero habrá algo más. ¿Cuál es el secreto para mantener durante tantos años un nivel tan alto?
R.– El secreto es trabajar sin mirar el reloj. Tener una metodología clara y dedicarle muchas horas. Como entrenador no basta con programar los entrenamientos y marcharse a casa; tienes que acompañar a los deportistas en todo: sacarles de entornos que no les benefician, ayudarles cuando están enfermos, apoyarlos si vienen de fuera y están lejos de su familia… A veces eres casi como un padre. También está la parte psicológica, los estudios y muchos aspectos que no se ven. Ellos tienen que sentir que hay alguien que les arropa y les guía, y para eso el entrenador tiene que implicarse incluso más que el propio deportista.
P.– ¿Me hablaba de las condiciones especiales del Lago Esperanza?
R.– El lago es poco profundo, apenas un metro, y eso hace que la palada sea más dura: el agua no absorbe la onda y ofrece más resistencia. Esa especie de “viscosidad” y los cambios naturales de profundidad nos dan un trabajo extra que en otros lugares habría que suplir en el gimnasio. Además, los vientos nos llegan de todos los lados. En una misma sesión puede cambiar varias veces, y eso nos acostumbra a cualquier condición meteorológica. Esa combinación endurece mucho a los palistas y les da un plus de velocidad en distancias como el 200 y el 500.
P.– ¿Qué cualidades físicas y, sobre todo, mentales debe tener un buen canoísta?
R.– Durante años pensé que los más trastos eran los que mejor se adaptaban a la canoa, porque el aprendizaje es lento y exige caer muchas veces al agua, sobre todo en invierno. Pero con el tiempo vi que no hay un perfil único. Al final, llega quien quiere llegar. No dependen tanto las cualidades físicas como el trabajo y la constancia. Lo importante es tener objetivos —a corto, medio y largo plazo— y luchar cada día por ellos. Poner la meta solo en unos Juegos Olímpicos puede ser frustrante, pero si uno mantiene el rumbo y trabaja, el resultado acaba llegando.